22/6/15
Acabo de hacer en Google Maps el recorrido que hacía de pequeño para ir al colegio. Calle Caracas abajo, doblas Fernández de la Hoz, ya no está el estanco ni la bandera del consulado, sólo una señora con un perro blanco y una mancha café con leche en el lomo. Avanzar en street view tiene la ventaja de que la zancada es muy amplia y la sensación de velocidad te acerca a seres cuya musculatura no es de este mundo. Ojalá hubiese contado con tal poder en mi época. Luego pasé por la fachada gótica de San Diego y San Vicente de Paúl. Todo sigue igual: los arcos ojivales no cambian de opinión con el tiempo. Había un hombre calvo congelado en la acera, ajeno a mi retrospectiva, como un soldado de plomo desubicado pero manteniendo inútilmente la marcialidad de los brazos. Me hizo pensar que quizá yo también esté en otra calle, paralizado y a expensas de la memoria de alguien que maneje su cursor en dirección opuesta. El próximo paso de Google será ofrecer lo mismo pero con fotos de 1973, por ejemplo, y que así pudiera verme al fin desde fuera, haciendo lo que hacía entonces: caminar muy serio por una calle en dirección a un colegio en el que tenían la manía de confundirme con otro. Quizá por eso lo de la gravedad, por no llamarlo tristeza blindada o defensa infantil de algo que a duras penas he conseguido averiguar hasta la fecha.
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