18/5/15
En la casa de al lado canta un gallo. Nuria toma el sol tumbada en la hierba junto a unas piraguas apiladas contra la pared. Sus colores parecen extranjeros aquí: lima, naranja, amarillo. A mi espalda está la Mujer Muerta, una montaña que si te fijas bien reproduce la silueta de una mujer acostada con las manos sobre el regazo. Hasta en la naturaleza encontramos analogías de lo que nunca entenderemos. Al otro lado de la carretera pasa el Eresma. Si lo sigues llegas a un palacio barroco con muchas fuentes. Nos han dicho que mañana funcionarán algunas, pero ahora no pensamos en palacios ni en reyes con peluca que cultivaban su tristeza en este mismo horizonte. Estamos nosotros y de nosotros hablamos, de cómo se balancea el arbusto junto al que duerme mi mujer y de todos los pájaros y plantas que nos rodean y cuyos nombres desconozco. No hace falta nombrar algo para que nos haga felices. Apenas pasan coches, muy pocos. El cielo es tan azul como hace siglos. Antes de que ese gallo vuelva a cantar le habré vendido mi alma a todo esto unas cuantas veces.
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