28/4/15

A veces resulta inevitable pensar en tu vida como en esos cereales que caen a cámara lenta en un tazón de leche. Luego nunca lo hacen así en la vida real, sólo en los anuncios, pero tendemos a dar por buenas ciertas ficciones. Aprovecho para abrir aquí un apéndice a la osadía: quiero pensar que mientras vuelan alegres (sí, alegres e ignorantes, las dos paredes maestras sobre las que se sostiene la felicidad) no sospechan que al contacto con el líquido perderán su naturaleza crujiente y se convertirán en masa blanda que una cuchara transportará a una boca. El proceso dura menos de un minuto. De dioses aztecas que saltan al vacío en los acantilados de La Quebrada (Acapulco, México) a grumo de hidratos de carbono que proporcionará combustión muscular para afrontar las primeras horas de un lunes sin importancia como este. De aquí se desprende un juicio que tiene de verdad lo que cualquier poema: la juventud dura lo que tarda en caer un cuerpo al vacío, sin que dé tiempo a calcularlo a partir de su peso, la aceleración por metro recorrido y su resistencia aerodinámica; algo físicamente incuestionable pero que no cierra la puerta a que pensemos que sucedió a cámara lenta.

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