23/10/15

Estaba fumando y la oí. Una mujer lloraba. Creo que vive en el tercero. Por el patio bajaba cristalino el sonido de su llanto. Parecía que la tuviese delante. O que tuviese dos cajas acústicas en la ventana, dos cajas inglesas de alta fidelidad en las que vivía un pájaro al que nadie podía ver, una especie de símbolo de lo que llevamos dentro. La jaula acústica le protegía de mis manos. Al tenerlo delante podía ir a por un destornillador para intentar desmontar su escondite. Retiraría la membrana de la pantalla con mucho cuidado. Apartaría los cables dorados para ver su rostro. Eras así. Sería el primer hombre en descubrir el misterio de la tristeza. El pájaro de voz humana lloraba dentro. Mire hacia arriba. Unas nubes sucias cruzaban despacio el cuadrado de cielo del patio. Después comenzó a centrifugar una lavadora y ahogó los sollozos. O quizá fuese un río que sólo pasa de noche y se lleva flotando lo que no podemos asumir.

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