19/5/15

Un mitin es un acto al que va gente a escuchar lo que ya sabe pero sigue queriendo oír. La ceremonia consiste en que el orador que representa al partido político habla muy alto y parece enfadado. El volumen de decibelios es proporcional al volumen de aceptación por parte del público. De esta forma, cualquiera podría subir al estrado y decir ante el micrófono: “Llevo una semana con lumbago” y conseguir que le aplaudan, siempre que su tono transmita la suficiente indignación. La consternación del orador conseguirá que el pueblo vislumbre en su dolencia lumbar una promesa de futuro. Un mitin es un evento social al que acuden ancianos en autobús bajo la frágil promesa de que repartirán bocadillos a los que más agiten la banderita. Los mítines suelen ser fiestas tristes, antinaturales, de una decadencia lánguida, como un funeral con megafonía y música ratonera. Finalizado el acto, todos creen que ha sido un éxito. Se desmantela el escenario y se cargan los trastos en una furgoneta porque la gira continúa. Al día siguiente será: “Buenas noches, Zaragoza, sigo con este maldito lumbago” o “buenas noches, Logroño, he ido al médico y me dijo que ya pasará”. La cultura del entretenimiento se lo come todo, incluso lo que un día fue sagrado.

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