23/4/15

Me gusta la literatura porque no sirve para nada. Lo malo es que su inutilidad es entendida de forma diferente por cada uno. Si eres el responsable de compras de El Corte Inglés debes evaluar el metro cuadrado de tienda que le das a los yogures y el que le das a los libros, además del margen que te reporten ambas mercancías dentro del volumen de ventas anual. Los yogures siempre saldrán ganando porque son objetivamente buenos para la tripa y hay marcas que se gastan mucho dinero cada día para recordárnoslo, lo que no ocurre masivamente con los libros, o no con todos. Para mí, por poner un ejemplo cercano, su no servir para nada lo utilizo para demostrarme que el mundo no es tan feo como parece. Hace tiempo, un amigo le dio mi nombre a alguien que necesitaba mis servicios profesionales. Quedé con él para que me contara. Durante la comida no pude dejar de fijarme en que sus dientes eran de un gris muy oscuro. Su dentadura casi negra hacía conjunto con las palabras que decía y con el tono que utilizaba para decirlas, haciendo que todo él fuese siniestro. Mientras hacía que le escuchaba no paraba de pensar que estaba sentado frente a lo que cualquier padre serio llamaría realidad. Hijo, la vida es así, tiene los dientes negros, igual que las intenciones. La literatura no sirve para nada, es cierto, pero el señor Dientesnegros acaba de convertirse en un personaje de ficción, en alguien contado, en vez de en un insípido recuerdo tenebroso. Quién sabe si dentro de un tiempo vaya a más y acabe en una historia y su paso por el mundo haya merecido la pena, al menos para mí.

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