20/4/15

Llevamos cuatro días sin Internet en casa. Por lo visto, la empresa de mantenimiento que trabaja para Telefónica en Madrid está en huelga. Dicen que ellos mismos están saboteando las conexiones para hacerse oír y ganar fuerza. Quién sabe. Entiendo sus demandas porque no me cuesta imaginar las condiciones a las que les someterá la operadora, como hacen todas las grandes empresas con los que trabajan para ellas: parece ser ley. El caso es que llevamos cuatro días semiaislados del mundo, condenados a la televisión convencional y a su pléyade de canales absurdos y fotocopiados que a su vez imitan a otros que también imitaron a otros. Pero lo peor es saberse ajeno a la fiesta de la insignificancia (como diría Kundera) a la que nos ha acostumbrado la cultura digital. Llegué a decirles a mis hijas que antes de que existiera Internet la gente se divertía como podía, con otras cosas, qué sé yo, y parecían felices. Pero a medida que se lo decía bajaba mi convencimiento sobre la supuesta bondad de aquella época. Ni la televisión ni los tiempos analógicos de antes eran mejores que éstos, que tampoco es que sean maravillosos, pero les superan en abundancia, que parece ser un valor cultural en sí mismo y que permite estar al tanto de millones de vídeos de curiosidades inimaginables, como gente que se tira por la ventana pero no se mata, gatos que hacen skate o adolescentes que fabrican cohetes caseros a base de Mentos y Coca Cola. Seguramente ya existía todo esto antes, pero no estaba a la vista ni podía ser compartido por los millones de solitarios absortos de hoy, entre los que me incluyo el primero. La suma de toda esa información aparentemente inútil crea una poesía de la que apenas se ha empezado a hablar. Estar sin fibra óptica es estar fuera de la nueva conciencia del mundo, fuera de su balsámico egoísmo online.

No hay comentarios :