27/4/15

Fue gente, sí. Se me ocurrió decir que en la última presentación fuimos cuatro gatos y que ahora habíamos llegado a siete. Una señora se levantó y dijo el número exacto de los que estábamos (risas), aunque luego llegarían algunos más que tuvieron que quedarse de pie. Cualquier gacetillero de otro tiempo hubiese dicho que hubo comunión con los lectores. La verdad es que la hubo, o al menos pude sentirla en la expectación de las miradas e incluso en el brillo de algunas de ellas a las que por nada del mundo me hubiese gustado defraudar, pero cuando invocas a Gil de Biedma nada malo puede pasarte, gran talismán de lo cotidiano, con su poso que se podía tocar en los libros que nos rodeaban y en la intención de lo que yo torpemente iba diciendo. Contaba el poeta que en su casa se respiraba literatura cuando él era niño. Incluso decía que cuando su madre se enfadaba con él o le regañaba, cuidaba mucho la estética de las palabras. El lenguaje nos salva del abismo. Lo pude ver anoche en gestos que de alguna forma sabíamos o sospechábamos todos. Ahora el libro ya vive solo. Fiel a mi teoría de que nada es de nadie, le deseo una vida digna en cada mano que caiga; y que cumpla su función y no moleste, y que ayude en lo que pueda y sea considerado con la fe que cada uno le quiera otorgar. Nada más puedo decirle, a él y a todos sus futuros dueños, salvo que gracias.

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