26/3/15

Y por qué no pensar que haya un lugar en el que vivan fuera del tiempo todos los que hemos sido. Me refiero a algo así como un parque temático de la memoria diseñado por un grupo de empresarios filantrópicos que no previeron más rentabilidad para su inversión que la supervivencia de una especie que nació amenazada. Se protegen cebras en la República del Congo que tienen cuerpo de jirafa. Veneramos la extrañeza, y sin embargo somos incapaces de creer que nuestro pasado siga existiendo, ajeno a la pianística comercial de la nostalgia, y que se mezcle con otros y organice fiestas coincidentes en las que se ríen de los que tuvimos la torpe ocurrencia de seguir el camino. Quizá esto nos lo cuentan a su manera las solapas de ciertos libros que se niegan a envejecer, igual que se hacía antes en las discotecas a las seis de la mañana para que la gente se fuera a su casa, cuando sonaba Sinatra hablando de la ciudad que nunca duerme, y los que estaban ya borrachos gritaban en desaprobación a la vez que se encendían las luces de la realidad y las chicas con carreras en las medias apoyaban la cabeza en el hombro de los ganadores. Puede que sigamos allí. Puede que la física de la resistencia haya funcionado y desmienta al papel de esos libros que va tirando al amarillo y al polvo que ennegrece sus cantos y a las arrugas que aparecen en los lomos, como en nosotros, dispuestas a negar cualquier cosa que digamos.

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