28/1/15

Todos los barrios nuevos huelen igual y para los que empiezan a vivir allí no resulta un olor desagradable, incluso llegan a pensar que los materiales de construcción tuviesen su propia línea de perfumes que antes desconocían: el cemento aún fresco, la madera, los sacos de yeso, hasta los ladrillos rotos y amontonados en un rincón parecen desprender un aroma optimista, la colonia que usaría cualquier pionero de cualquier época al bajarse de su carreta y decir: esta será mi casa, aquí viviré y tendré hijos y arañaré la tierra para sacarle lo que nos dé de comer. Lástima que los pioneros de ahora se limiten a lo que yo hice con mi mujer cuando compramos la nuestra, incluso el año antes cuando visitamos por primera vez esa zona de Aravaca que sólo eran calles con aceras a medio hacer y hormigoneras de mano que si las tocabas podías pringarte con los restos de masa blanda. Después pasan los años y resulta difícil recordar que hubo un principio, una tarde que llovía, una tarde de grúas paradas en el horizonte que ni ponían ni quitaban rey a nuestras ensoñaciones de cómo sería nuestra vida allí en adelante. A veces echo de menos que la acera esté a medio hacer y no gastada como está ahora. Luego dejo de engañarme y pienso que no es la acera sino mi vida lo que querría ver como aquel día, lo que querríamos todos al llegar a cierta edad, y tocarla con cuidado porque el cemento aún estuviese fresco.

No hay comentarios :