24/11/14

Las historias se olvidan. La prueba está en los que hemos conocido a lo largo de muchos años o de casi toda una vida y que siguen estando cerca. Sabemos de ellos lo mismo que del personaje de una novela que nos marcó de alguna forma sin que sepamos porqué ni cuáles siguen siendo los imanes de esa atracción. Al igual que en el libro, pasamos por alto las fechas, la trama, los conflictos y los cambios que se fueron produciendo en esa o esas personas y que confluyeron en lo que son ahora, aunque esos ahoras sean relativos puesto que se contaminan inconscientemente de las sucesivas ideas que hemos ido teniendo de ellos. Todo ese cúmulo de información es lo que crea su relato. Nadie es por su cuenta ni determina unilateralmente la imagen que proyecta en los demás. A veces una misma persona es percibida de diferente forma, incluso opuesta, dependiendo de quién la considere. Quizá porque la literatura sea una invención humana responde al mismo patrón de conocimiento que le aplicamos a los que nos rodean. Lo que nos lleva a ser lo que somos y cómo lo somos se olvida. Queda el mundo que representa ese alguien y su atmósfera, un espacio en el que las palabras son prescindibles y en el que nos gusta vivir y coincidir y del que no saldríamos nunca.

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