5/10/14

Los separados suelen llevar su tenderete del dolor a cuestas y lo plantan a la mínima y aunque no se lo pidas, como esos vendedores de elixir que iban felices con su carreta por el Oeste. Supongo que llega un momento en que el dolor se profesionaliza tanto, a base de ser contado, diseccionado y opinado por otros, que pasa a formar parte de la personalidad, igual que alguien que tiene la nariz picuda o grande acaba por asimilarla dentro de una normalidad a prueba de los chistes que los demás hagan de ella. El dolor nos sube en una noria unipersonal en la que vamos dando vueltas y vueltas hasta el infinito, más allá incluso de donde alcanzan los relatos, de donde ellos mismos se tergiversan o se contradicen con la esperanza de que les pongamos fin y nos olvidemos de ellos. El amor es una historia que nos contamos. Por eso cuando acaba nos sentimos en la obligación de estirarla, de alargarla artificialmente para no tener que sentir una doble soledad: la del vacío y la de esa voz que de pronto se apaga por dentro.

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Y es a favor de la muerte de esa voz actúa el olvido, y en su contra todo el paquete que pretendemos envolver con torpeza antes de ser descubiertos por aquel. Por eso buscamos testigos urgentes, aunque sea de lo más oscuro, y les referimos ingenuamente detalles que nadie debería conocer: lo que hizo un día con su ropa interior, las veces que se convirtió en espía cuando rastreaba pistas a escondidas y conteniendo la respiración urgaba en sus cajones o cotejaba sus llamadas y los mensajes antiguos que su dedo iba pasando despacio a la vez que arqueaba las cejas. En estos casos, cualquier infamia será entendida por el oyente como un acto humano, desesperado y hasta necesario. Se borra la parte de los medios y el cómo y de qué manera saltaron por encima de nuestro propia jerarquía moral, porque comulgamos con el fin que perseguían. Cómo hace variar nuestro entendimiento cualquier confesión. Parece que en ese caso existan dos varas de medir, o multiples, tantas como casos se nos expongan, tantas como las veces que utilizamos de espejo todo lo que nos contaban.

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