25/9/14

Cualquier pareja se sustenta en una ficción. La capacidad de ambos para ir construyéndola y que nunca se advierta su declive será la garantía de que resista al tiempo. Y da igual la naturaleza del relato, nadie lo juzgará desde fuera porque será invisible a los extraños e indiferente más allá de la muralla en que transcurre. Tampoco a los de dentro ha de preocuparles (el estilo no es el camino, son los pies) y sí que se mantenga encendida bajo cualquier excusa y que la sientan avanzar, unos días a trompicones, otros girando en el aire como patinadoras del Este. Fuera queda deliberadamente el ruido de los otros y sus edificaciones ajenas, oscuras y aberrantes, por las que más vale no preguntar, sólo interesarse vagamente amparados por una destreza social parecida a la danza del minué. Un relato propio, circular, con excursos permitidos y regresos señalizados, mareante de tan íntimo y a la vez suave, familiar, siempre dispuesto a una vuelta más, aparentemente indestructible, que eleve el amor a la categoría de máximo entretenimiento, resistente al contrapelo y a los silencios, que también podrán ser pelados, troceados y echados a la misma cazuela para sustanciar.

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