17/3/14

Mireia lleva días diciéndome que escriba sobre Nadal contra Nadal. Todo viene de un día que estábamos con un juego de tenis de la Wii. Los dos elegimos a Nadal como jugador para ver qué pasaba y si la máquina nos regalaba la fantasía. Y lo hizo. Los dos Nadales salieron a la pista a la vez, vestidos igual y con la misma cinta para el pelo. Empezamos a dar raquetazos. Nos reíamos como dos niños que acaban de engañar a la realidad. Ojalá sucediera igual en la vida, con esa alegría: enfrentarte a ti mismo sabiendo que una parte de ti ganará y otra tendrá que vivir con la derrota. Aunque pensándolo bien, ¿no pasa algo parecido sin que nos demos cuenta? Cuando tratamos de olvidar algo o a alguien estamos en la pista frente al que quiere recordar. Nos mira con rabia. Está tan concentrado en su objetivo que nos da miedo. Voy a quedarme aquí para siempre y haré que tú también permanezcas, que no puedas avanzar. Haré que tu piel se queme en el infierno de lo que siempre vuelve. La bola amarilla vuela hacia ti. Tu brazo se alza nervioso para interceptarla y devolvérsela a un lugar en que no pueda hacer nada. Que se quede allí, le pides entre dientes a ti mismo. Mi hija no vio esta otra escena ni tiene porqué, aunque me da por pensar que algo se encendió dentro de ella más allá de las risas cuando me pidió que lo escribiera. Vivimos en un estadio extraño y vacío, Mireia.