24/4/12

El Emperador abre y cierra la mano sin atender a lo que le dice su cartógrafo. Solo ve mapas desenrollados sobre una mesa y palabras que se posan absurdamente sobre la superficie del mar. Al abrir y cerrar la mano intenta ahogar el sueño de la noche pasada. Una araña de la altura de cinco hombres avanzaba hacia él en el patio de armas. Él se protegía detrás de una gran cruz pero el insecto se reía de forma humana. Ahora sus dedos la estaban estrangulando. ¿A qué se deben los sueños?, se pregunta; solo son pantomimas de la mente, bromas pesadas que hay que soportar para seguir viviendo. De pronto sus músculos se paran. No ha sido él. Es otro. Uno que reina dentro y que tiene los mandos de las compuertas de su sangre, el mismo que ha mandado en su lugar un oleaje frío como prueba de la ausencia. El espasmo hace que el Emperador se ponga en pie y se acerque al ventanal. Afuera ocurren las cosas y lo hacen ajenas a su existencia. Si muero ahora seguirá habiendo luz, piensa, lo que brilla seguirá brillando. Si llegara mi fin en este momento nada cambiaría. Todo avanza como las patas de esa araña. El cartógrafo guarda silencio. No sabe si enrollar los mapas o dejarlo todo ahí y retirarse lentamente caminando hacia atrás. Decide ser estatua. Solo su respiración y la del Emperador esquivándose, habitando el vacío de mutuo acuerdo, queriendo huir hacia un lugar en el que el tiempo tenga la delicadeza de pararse sin que suceda nada.

No hay comentarios :