7/12/11

La poesía tiene la culpa. Ella o la ordenación en géneros del hecho puro y misterioso de escribir. Me refiero a que últimamente siento la necesidad de hacer más poesía que prosa. Pero esa ordenación, ese frontera, resulta ridícula e insignificante. Son dos bandos de un mismo ejército que se empeñan desde siempre en luchar por separado aunque compartan una misma bandera de signos incomprensibles. La poesía tiene la mala costumbre de nombrar poeta al que la practica. Quizá sea el peor inconveniente. Nunca me ha gustado considerarme poeta, incluso la palabra me molesta como uno de esos jerséis de lana hechos en casa por una abuela bondadosa. Si cuento lo mismo en ambos lados. Si sigo siendo la misma y solitaria voz. Hay días en que me disfrazo de payaso para entrar al palacio. Los guardias de la puerta se ríen mientras cruzan sus lanzas para cortarme el paso. Soy yo, les digo, el mismo que ayer entró vestido de Stendhal y no dijisteis nada. Es inútil. Ni mi flor que echa agua en la solapa les hace cambiar de idea. El mundo prefiere compartimentos bien señalizados. Quizá la solución pase por desmentir los bandos y empezar a manchar de poesía este hueco inventado y a llenar de renglones largos el espacio que le dedico a la poesía. Recuerdo que uno de los editores más importantes de poesía de España se dignó a contestar -hace varios años- a uno de mis numerosos mails diciéndome que le gustaba lo que contaba pero que creía que aquello no era poesía, no tenía ritmo ni cadencia ni todo eso que se le supone a la poesía. No le contesté porque cualquier contestación hubiera sido ridícula. ¿Quién era yo para contradecirle? Pero después de aquella reflexión vinieron otras por mi parte y entendí que quizás tenía razón. Mi forma de ver el mundo es una, independientemente de la longitud de las líneas en las que lo exprese. Lo que cuentas me gusta. Ya no recuerdo si utilizó el me gusta o me interesa. Puede que fuese interesar el verbo, más dado a la actividad de un editor entendida como judío gordo que observa brillantes con lupa y luego dice un precio o simplemente y sin mirarte a la cara te dice que son falsos. Fueran valiosos o no ahí quedó el asunto, suspendido para siempre como una boya luminosa en la piel rugosa del mar. ¿Qué más da? De editores hacia adentro, justo donde la literatura es un hecho íntimo y no comercial, me sigue pareciendo una bobada la delimitación oficial de los géneros. Sobre todo hoy que la novela convencional ha muerto y están naciendo géneros mestizos e inetiquetables que conjugan multitud de disciplinas dentro y que en su necesaria irreverencia aportan vida a la literatura. Lo importante es cabalgar. Y da igual que se haga a lo amazona, en pie sobre la silla o mirando irreductiblemente hacia atrás, que es como casi siempre se acaba escribiendo.

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