12/3/10

Aspersores girando, ¿por qué me persigue esa imagen? Diamantes que caen sobre el césped y se convierten en planetas líquidos que contienen la memoria de todos los veranos del mundo. Una vez, de pequeño, caminando con mi padre por una perpendicular de Arturo Soria, vi un aspersor girando a cámara lenta. Apreté su mano para que parara y durante unos instantes mis ojos se sentaron en primera fila para ver una representación en vivo sobre la belleza. Dylan Thomas dijo que la pelota que arrojó de niño al aire aún no había tocado el suelo. Es eso. Los aspersores siguen girando y lo hacen cada vez de forma más cadenciosa. El tiempo es el jardinero que regula los mandos. Sentado en una silla plegable de color azul vigila el ritmo de todas las cosas: las veces que debe girar el líquido en una taza después de que hayamos retirado la cuchara que lo movía, lo que tarda un insecto en comerse a otro, la luz que se desvanece en una habitación después de haberse apagado. ¿Acaso no es el tiempo el maniático inspector de estos actos? Aquel día en Arturo Soria también estaba allí. Quizá no reparé en su presencia. Quizá su silla se encontraba tras un seto, pero juraría que sus dedos accionaban palancas, lo hacían despacio, con la precisión de un desequilibrado. El tiempo llevaría puesto un peto negro y una camisa roja. Imagino su pelo largo y su bigote curvado. Sus ojos serían tristes, los de un solitario que se entretiene con juguetes. Quizá obedeciera al patrón de hijo único que ha crecido consentido y ensimismado. Sí, sería exactamente así. Juraría que sus gestos eran automáticos, no tendría la necesidad de mirar las palancas para aplicar la velocidad precisa que requería el aspersor en ese momento.
Muchas veces me lo encuentro en otros lugares. Un día coincidí con él en un pueblo de Guatemala, junto a una casa pintada de color huevo. Una nube tapó el sol y cayó una línea de sombra por la fachada que me hipnotizó. Tras la ventana vi su perfil. Llevaba el pelo más largo incluso. Miraba al infinito, ¿a dónde si no puede mirar el tiempo? Le puedes encontrar en una carretera, en el brillo de un vaso, en tu terraza, en tu cabeza, en un campo de fútbol vacío en el que un papel vuela atolondrado por una grada desierta.
¿Qué puedo hacer hasta que llegue el verano? Escarbaré un agujero en el suelo y me esconderé allí. Respiraré despacio con los ojos cerrados intentando recordar aquellos diamantes que todavía vuelan en círculos por el aire.

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