11/6/15

Lo que más echo de menos de Barcelona es el sonido de los truenos cuando había tormentas en verano, sobre todo si eran al amanecer y me pillaban en esa parte del sueño tan fronteriza. Con la cabeza en la almohada pensaba que alguien jugaba a los bolos en la montaña: un ser venido del cielo, mezcla de Sísifo y Pedro Picapiedra, con unas alas de fuego que sólo yo podía imaginar desde mi cama. Las bolas rodaban por la ladera, desde el Tibidabo hasta el mar. Era bello. Quizá el estruendo venía con la poesía añadida de estar solo. No sé. Como si la intención de ese personaje imaginario fuese anticiparme algo que aún no había vivido. Echo de menos esas tormentas en Madrid. Seré menos cínico: echo de menos esa época en la que hasta un trueno podía confundirse con el amor.

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