10/5/15
Vimos dos lagartijas en una acera y Mireia dijo que qué asco, apartándose dos metros pero sin dejar de mirarlas, cosa que hacemos todos en un momento dado con lo que nos espanta y a la vez abre la rendija de la curiosidad para que contengamos la respiración un rato. La más grande era más pequeña que una cajetilla de tabaco. Mireia puso la misma cara que pongo yo cuando pienso en la muerte, pensamiento que, a efectos prácticos, debe andar por ahí en cuanto a medidas, y que sin embargo ocupa en mi vida imaginaria como diez cargueros puestos en fila con las bodegas llenas de cartones de tabaco.
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