4/5/15

Una mujer que vive en Colombia me peguntó que cuándo llegaría mi libro a Medellín. Me produjo mucha ternura su mensaje. Me llamaba Señor Luis y se mostraba muy educada, con un uso exquisito y antiguo del castellano, que me dio mucha envidia. Le dije que la editorial es muy pequeña y que estaba empezando, pero que seguramente lo podría comprar en formato electrónico cuando estrenasen la web. No sé si tal noticia le defraudó porque quizá pensara que lo había publicado con un gran grupo editorial que mandaría un barco lleno de libros míos para forrar de papel el continente entero. Estuve tentado de decirle que en otras circunstancias yo mismo se lo llevaría con gusto y llamaría a la puerta de su casa como un extraño Testigo de Jehová con la buena nueva encuadernada. Nada que gustaría más que recorrer Sudamérica repartiéndolos: por las planicies, por los llanos, por las selvas y por todos esos sitios que tan bien conocía Neruda. Quizá lo suyo sería resucitarle y que me acompañara montado en un burro diciéndome los nombres de todos los lugares que nos salieran al paso. Aunque no sé si me acabaría agobiando. Creo que sí. Creo que acabaría insinuándole que regresara a su muerte y que ya me las arreglaría solo sin necesidad de nombrarlo todo. La verdad es que estoy feliz con las cosas como están: mi editorial pequeña y cuidadosa, mis fantasías de andar por casa y un camino que recorrer en la más sagrada ignorancia.

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