2/7/15

Alba se va mañana a un campamento de surf. Durante diez días tendré un hueco que habrá que educar. Ser adulto consiste en ir amaestrando cosas: extensiones, medidas, palabras, huecos. Pero es un ejercicio infinito. Una aventura condenada al fracaso. Desarrollamos habilidades circenses por las que nos pagan, nos admiran o con las que alcanzamos a tientas nuestro propio respeto. Vivir sin alguien es una de ellas. Lo malo es que no suenan redobles mientras padecemos esa ausencia ni al terminar nos aplauden. La biología pone sus reglas. Y tú a callar. Y tú a buscar tu buena cara para que nadie note que te falta algo. O que te falta todo, a juzgar por ese murmullo subsónico de antes de dormir que prefieres pensar que viene del alumbrado o del exceso de voltaje de la electricidad que corre por las casas y llega un momento en que no sabe qué hacer ni cómo descargarse. Ese sobrante eres. Si tuviese más conocimientos físicos diría que el corazón es un invento de solitarios para solitarios, la pelota de un deporte incomprendido y siempre mal practicado. Alba se va y me deja diez días autorellenables a base de papeleo triste del verano: su siéntate a la sombra, su descansa, su esta película la he visto cien veces, su no lo sometas todo a examen. Existir es apostar por ese circo. Sacar la lengua para hacer que lamemos sus esquinas. Como si con eso arreglásemos algo.

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