3/3/15

Pasé por tu cuarto y vi luz. Estabas en la cama. Tu cara pegada a un libro que no he leído ni leeré nunca. Lo sujetabas con delicadeza. Ese gesto me hizo sentir una esperanza instantánea de que algún día leerás otros. Debería haberte dicho: es así, muy bien, esa es la forma de agarrar lo desconocido, lo que brilla al final de un pasillo muy largo y nos hace ir a su encuentro sin ninguna garantía. Buscamos en los demás noticias de que existimos, de que resulte memorable todo ese jaleo de la sangre subiendo y bajando y el oxígeno y la machacona combustión que nos mantiene vivos. A veces utilizamos la vanidad como un arma autocaritativa que funciona como un brazo extensible que hace un recorrido de ida y vuelta. Mira mi visión del mundo, si tú también la encuentras admirable es que soy real y trasciendo a lo que significa este cuerpo y el hecho de estar aquí. Todo esto no te lo dije porque no habría sido capaz de explicártelo en ese momento. Es mejor esperar al día siguiente, a que las palabras me lo cuenten a mí primero como se les cuentan las cosas a los niños para que las entiendan. Como era tarde, me limité a mirarte. Cogí el libro imitando torpemente tu delicadeza y lo dejé en la mesilla. Después te di un beso y apagué la luz.

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