29/10/14

Esta mañana en el tren, donde se desarrolla a diario la realidad, miraba a los que tenía al lado y pensaba: ‘Todos tenemos una foto tamaño carnet de nuestra esperanza. Si la sacásemos a la vez y se la pasásemos al que tenemos a la derecha veríamos que coincide mucho con la nuestra. Es una foto barata, feliz, de una mujer a la que le cortaron el pelo a trasquilones y que hace tiempo que debería haber pasado por una buena clínica dental. Pero es una mujer que a pesar de todo sonríe. Si te fijas bien se parece a todos nosotros, a los que van en chándal porque la vida les ha equipado para un deporte que no acaban de comprender, a los trabajadores centroeuropeos que imitan el balido de una oveja y ríen mientras comparten una bolsa de Doritos, a la madre africana que no hace más que colocar el embozo de la sábana que cubre a su hija en el cochecito y la mira como se mira lo incompartible, a los ancianos que intentan disimular el temblor de sus manos y la ignorancia de un mundo al que asisten a la fuerza, a los jóvenes, a todos los jóvenes unidos por la cruzada utópica de los vaqueros a diecinueve noventa y cinco y las alertas de Whatsapp que suenan como campanas de barcos en la niebla, porque es lo que somos, naves inapropiadas para la oscuridad que lanzan mensajes en Morse y esperan. Esa mujer de la foto se parece a los que observamos y a los observados, a la gran masa azul que se mueve cada día por las venas de esta incógnita que por lo visto es nuestra época y a la vez todas’.

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