20/8/14

Mireia va por la casa con una cinta de medir. Se sienta en un sillón y se mide una mano, luego la otra. Si la cifra no le satisface vuelve a repetir la operación hasta que se queda tranquila. Después se levanta y va a otra habitación para seguir con las demás partes de su cuerpo. El otro día la vi muy seria midiéndose la cabeza en el salón. La identidad se construye desde abajo. Para saber quiénes somos hemos de empezar por lo básico: mirarnos al espejo durante horas hasta comprender que todo eso que vemos es lo que nos da forma. A veces, yo mismo me convierto en su cinta métrica. Pegada frente a mí me pregunta por dónde me llega. Yo coloco la mano extendida junto a mi pecho, como haría cualquier legionario romano que le diese más valor a los deseos de su hija pequeña que a los saludos militares. Cuando se retira le digo: me llegas por aquí. Después es su mano la que se coloca paralela a la mía y le acompaña a pasos cortos, alejándose asombrada como si caminase en compañía de su doble o de una amiga imaginaria que de pronto se presentase en su vida al borde de una piscina en la que, a los pocos segundos, ambas desaparecen.

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