24/8/14

Leo en el salón unos Diarios de Augusto Monterroso mientras Alba cose con la máquina nueva que le regaló ayer mi madre. Saco la vista del libro y veo una parte de su cara concentrada a través del brazo rosa de su Alfa. El logotipo no ha cambiado apenas. Lo recordaba de otras que tuvo mi madre cuando yo era pequeño, cuando cosía en tardes muy parecidas a esta y yo me quedaba a su lado leyendo. Monterroso dice que medir sólo ciento sesenta centímetros quizá le influyó en su costumbre de escribir cuentos cortos. Yo añadiría que leerle es una de las mejores cosas que uno puede hacer cuando tu hija mayor cose a cuatro metros de ti una tarde de verano mientras casi todo el mundo evita el sol o duerme o miente en voz baja con palabras o gestos que salen de cuerpos que se creen más grandes -midan lo que midan- que los nuestros.

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