25/8/14

Leer es entregarse a una tristeza faraónica que te va dando migas de pan y sorbos de agua para mantenerte vivo el tiempo que ella quiera. Cuanto más lees, más agarrado te tiene y más agradecido te muestras por su dieta. La consecuencia natural de este estado es acabar escribiendo. En esa zona de tu cabeza en la que alguien colocó las máquinas recreativas y la tienda de recuerdos, algo o alguien te dice que puede ser una salida. Tu parte cartesiana y su teoría de que todo veneno tiene su antídoto. Probémoslo. Y te pones a escribir sin saber que pondrás en circulación una nueva tristeza que aprenderá a desmigar pan duro en la boca de otros mientras les relata todos los platos del banquete que se celebrará en su honor: fuentes con piernas de cordero de plástico y pescados que al hincarles el tenedor se ponen a bailar al ritmo de una canción que sale del plato. Y todo porque no tememos a la muerte, sino a que nadie note nuestra ausencia, como diría Eliot.

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