14/8/14

La Mancha es el país de las puertas verdes. Allí se vive del aceite, del queso y de un héroe de ficción que decidió no morir nunca. El PIB de esta Comunidad Autónoma le debe mucho. Sale una mujer de la casa con despojos de carne de conejo en la mano. Comienza a hablar con unos gatos que también parecen imaginarios pero luego se acercan, surgidos de no se sabe qué sombra, maullando de felicidad. La mujer sostiene en el aire las tiras de carne rosada. Los gatos se encaraman a dos patas para desayunar. Sopla un viento que tampoco se sabe de dónde sale o si compartía sombra con ellos y ahora hubiese decidido expandirse. La puerta verde del garaje tiembla y rechina. Un oportunista diría que se queja de que nunca la abran o de estar allí cumpliendo una condena por un delito que no cometió. La carne se acaba. Los gatos esperan por si de pronto apareciesen más trozos del bolsillo del mandil. Vivir es creer en los milagros. A lo lejos brilla el cauce de un río que se esconde en el horizonte. La mujer, con los brazos en jarras y la piel del rostro muy arrugada, mira al sol sin guiñar los ojos. Yo no podría porque nací lejos de aquí. Luego entra en la casa para seguir atendiendo el guiso. Me quedo solo en una calle en cuesta que huele a queso viejo. Calor y moscas. Más allá del río retumban los cascos de todos los caballos del mundo que nunca existieron.

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