7/8/14

Hace ya días que coincido en el tren con un anciano que va vestido de revisor. Lleva una chaqueta azul marino algo raída y una de esas gorras de plato que llevaban antes los de la Renfe. No se trata de un loco que vaya pidiendo los billetes a la gente. Se sienta y sonríe. Sus ojos grises, tras los cristales de sus gafas anticuadas, van de un viajero a otro buscando en sus caras algo que quizá no encontró cuando trabajaba. Creo que es eso. Se dejó algo por hacer y ahora que tiene tiempo ha vuelto a buscarlo. Los cocineros jubilados deberían hacer lo mismo: sentarse en una mesa para ver la reacción que produce la comida en los clientes. Los médicos se sentarían en las salas de espera. Los cantantes, a los pies de las camas de las adolescentes que lloran de amor. Los astronautas viejos simplemente mirarían la luna tumbados en el césped y no dirían nada. Me pregunto qué haré yo si es que llego a esa edad en la que cuanto menos tiempo queda, más sobra.

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