19/8/14

Este verano no he visto el mar. Sin embargo he visto muchos campos de girasoles y un monasterio desproporcionadamente grande junto a un pueblo diminuto en el que nos invitaron a un vaso de vino y nos ofrecieron tiras de pepino con miel. También he dormido en una cabaña de madera con Nuria y las niñas. No cambiaría nada. Para casos de emergencia he desarrollado la habilidad de recrear un olor si me concentro. El mar que hay frente al Camino de Ronda de S’Agarò. Los humanos y sus portentos. Mi pelo, aunque corto, se mueve. Pasan yates pequeños, motos náuticas, alguien que hace vela subido a una tabla. Lo que la memoria almacena sirve de despensa para los días en que algo falta. Puedo volver allí y sentarme un rato, y a la vez pensar en la generosidad del hombre que nos ofreció el vino. Bebed, nos dijo. Yendo en el coche distinguíamos dos facciones de girasoles. Una a cada lado. Los que mantenían la cabeza alta y los que parecían cabizbajos. Dos formas de entender la vida separadas por una carretera minúscula. Nos entreteníamos en contar cada uno de los campos que veíamos pasar. Los cuatro, en silencio, hacíamos fuerza para que ganasen los que miraban a lo alto.

No hay comentarios :