22/7/14

La definición menos partidista de la ausencia sería la del hueco que deja alguien que no está. Sus células se reproducen imitando la forma externa de un cuerpo. Pasado un tiempo se endurecen convirtiéndose en el envase en el que la presencia física será sustituida por su recuerdo. No hay una etiqueta oficial a la que agarrase a la hora de llenarlo ni mucho menos una ausenciología que aporte métodos. Cada uno es libre de meter allí lo que quiera. De eso se encarga su alegría o su tristeza. La que tenga la mano más rápida gana. El contorno del ausente, visto con la suficiente distancia, se parece mucho a un bidón de gasolina diseñado por un sádico. Uno puede arrástralo por la casa cuando está vacío, sentarse en un rincón y tamborilear los dedos encima hasta embobarse con el sonido hueco que produce. Muy pocas canciones de amor han sido capaces de reproducirlo. Conviene disponer de un embudo grande y buen pulso a la hora del refueling. Observación final: el chorro denso que baja es producto del recordador, nunca del recordado.

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