22/7/14

El hombre que vive enfrente está aprendiendo francés. Le escucho algunas tardes por el patio repitiendo frases en voz alta frente a la pantalla de un ordenador. Je peux utiliser votre téléphone? Lo repite varias veces intentando que la voz grabada de la profesora lo apruebe, incluso olvidándose por un momento de que ella no está. La voz humana consuela aunque sea reproducida a distancia y suene más metálica y comprimida que cuando sale de una boca. Je peux utiliser votre téléphone? C'est une urgence. Al hombre que vive enfrente le gustaría que la puerta de la habitación se abriera y apareciera ella, una mujer rubia de pelo corto. Lleva gafas de sol negras que no se quita aunque allí dentro la luz haga lo que una gota de leche cayendo a una piscina de tinta. La mujer se sienta en la otomana de cuero y le mira. Parece agitada por algo y a la vez tranquila y dueña de todo lo que pase a continuación. Le pregunta si puede utilizar su teléfono. No le hace falta añadir que se trata de una emergencia. Para ese momento el hombre ya se ha levantado y le ha puesto el auricular en la mano. Después se inquieta. Quizá debería salir para que hablase tranquila. Piensa en el pudor. En las leyes de la intimidad. Va a la cocina. La voz resuena en su cabeza. Bebe agua con los ojos cerrados. Ella va en una barca diminuta sobre el líquido que cae en cascada por su garganta. Pronto vendrá el vacío. La boca se cerrará. Nadie grita. Una noche muy larga para ellos dos. Deja el vaso y vuelve a la habitación.

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