5/6/14

Viene el niño mago cartógrafo y me extiende el mapa del punto exacto del sur de Gran Canaria en el que hace un rato me recordaba atravesando una playa de dunas y llegando, luego de envidiar a las parejas de extranjeros que se besaban parapetadas en tiendas cortavientos, a otro lugar que pronto identifiqué con uno en el que ya había estado. Le comento la coincidencia al niño mago cartógrafo y me remite al niño mago fotógrafo, que me trae al instante mis álbumes privados y los abre por la página que toca. La tristeza va detrás de mi dedo recorriendo de arriba abajo las columnas impresas sin encontrar nada. Ella gana, como es habitual, y el último niño ayudante baja la vista para no entrar en conflicto con mis reproches. Le aclaro que no es culpa suya sino mía. Después prosigo con la descripción de mi recuerdo que incluye instantáneas del que os habla, no muy bien enfocadas, tirando de un cochecito de bebé correspondiente a mi hija mayor de hoy, que no de aquel momento, pues aún era hija única cuando la curvatura de las dunas dejó espacio a aquel otro lugar poblado de tenderetes de camisetas dudosas y postales, tazas, bolsos, sudaderas con iconografía burdamente sexual y gorras con mensajes prosaicos relativos al verano. Las dos veces que estuve allí, antes y ahora, o las dos personas distintas que estuvimos allí coincidimos al pensar que dicho pueblo era la recreación de un decorado de la primera entrega de Star Wars. ¿Homenaje de origen desconocido a la tarde de 1978 que vi la película por primera vez y se inauguró en mí una voz rotunda que cambiaría para siempre mi forma de ver las cosas? Siento que ambos niños magos han escuchado mi pregunta mental y ahora andan desconcertados abriendo y cerrando libros, ordenando compulsivamente su instrumental y cuadrando de manera enfermiza los vértices de sus informes. Desean que termine, que no vuelva a recordar nada que implique documentación y jaleo de pasos por los corredores encerados y llenos de puertas falsas de la memoria.