22/6/14

Según Mireia, Cervantes tenía los ojos verdes. Los famosos cuellos a los que dio nombre estaban hechos de macarrones, churros de piscina cortados en forma de abanico o multitud de extremidades de algún animal dócil pero aún no catalogado. Según Mireia, lucía barba de narco en vez de esos bigotes puntiagudos con los que aparecía en los billetes de cuando yo era pequeño. El mundo según Mireia. También el mío, que no quiero ya otro ni lo entendería. Cervantes era realmente así. Le contagió su alter ego Sancho, que no Quijano, con el que desarrolló un mimetismo tan enfermizo como todos los que desarrolla la escritura, lazos de una sangre viscosa que sigue vinculando más allá de la muerte. De cintura para abajo tenía forma de cereza, de ahí que sea tan dulce la incomprensión de Sancho hacia cualquier batalla que no fuera la de partir un trozo de queso y masticarlo a la sombra de una encina. Mireia, sin haberlo leído has vuelto a acertar.

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