7/6/14

Otra vez convertido en fantasma de dibujos animados que abandona la realidad por el agujero que dejó un clavo en la pared y se va a otro lado, innombrable, alterno y difícilmente definitivo como el creado por las palabras de alguien, su mundo hinchable que te prestó sin conocerte a pesar de los billetes que le diste a la cajera de las gafas, señora ya, rebasado con creces el ecuador imaginario de su vida y ella devolviéndote el cambio, las monedas, sin mirarte a la cara o haciéndolo tan embebida en sus lindes que fue como darle la diferencia a ese fantasma que conocía el precio estipulado del peaje. La señora era la guardiana del otro mundo, sin duda lo es desde lo más antiguo, pero no te diste cuenta porque estabas tan feliz de haber encontrado por fin El pasado de Alan Pauls, y también quizá el tuyo, que no te paraste a darle las gracias. Podrías haber cruzado el Atlántico de improviso sobre el libro para decirle a su dueño de antes que te gustó mucho su Historia del llanto y que por eso entraste en esa librería de la calle Fernando VI buscando el otro, el de las quinientas y pico páginas, para meterte dentro y comprobar que el mundo tras el agujero se ensanchaba con subordinadas que se cogen de la mano, corchetes que encierran puntos suspensivos y saltos en el tiempo sólo aptos para viajeros que sueñan con no llegar nunca a su destino.