4/6/14

Le pones voz a los extraños, ves a lo lejos a los que hablan y tu cabeza construye la conversación simultánea. La visión del mundo se basa en las palabras que elijas. Puede que sean contra ti. Casi siempre lo son. Murmuran a tus espaldas, conspiran, hacen planes en los que no estás, quieren acabar contigo, tu destierro, no pararán hasta verte muerto. Todo eso lo dicen mientras esperan la luz verde del semáforo y quizá se palpan los bolsillos buscando algo. Después cruzan la calle y cuando les pierdes de vista sus intenciones también se diluyen para siempre. Sucede constantemente. Tu cabeza está a favor o en contra de ti. Tiene sus días y sus horas, sus decisiones cambiantes. Ponerle voz a los extraños es ponértela a ti sin que sus consecuencias pesen ni pienses que eres tu peor enemigo, el más paciente, al que no le temblaría la mano si tuviese que empuñar la espada para que tu cabeza se despegue de ti y ruede por el parque o que la hoja se hunda en tu espalda haciendo que las palomas se espanten. La visión del autoasesino que se ajusticia en plena calle supone flexibilidad, destreza, unos brazos largos y extrañamente articulados que consigan rodearte para asestarte el golpe, el acero entrando y después saliendo como una flor innecesaria. Curioso crimen para un alter ego improvisado, aunque más inocuo sin duda que la locura de hablar con uno mismo y contestarse, acabar haciéndolo en voz alta, expuesto a la vista de todos y que así sean reales sus comentarios despectivos o condescendientes que te situarían fuera del juego de los que esperan muñecos verdes en los semáforos y simplemente hablan de las cosas que habla la gente, y para los que no existes o lo haces camuflado en una vaga idea de comunidad que consienten con desgana. El juego transcurre en una soledad habitada por otros a los que no les sorprende el reguero de sangre que el hombre ensartado deja tras su paso.