20/6/14

La monarquía, como cualquier representación simbólica de los intangibles colectivos, requiere pompa y circunstancia para ser entendida. De no ser así acaba siendo un evento patrocinable por el fabricante de embutidos de turno. No digo que no, es otra idea: pasar de monarquía parlamentaria a monarquía patrocinada. Quizá nuestras arcas lo agradecerían. Las cinco marchas orquestales que el compositor inglés Edward Elgar compuso para la coronación de Eduardo VII dan prueba de la necesidad de estímulos escénicos para que la institución sea creíble. El texto que se incorporó para la ceremonia fue una oda titulada “Land of Hope and Glory”. La cultura anglosajona entiende estos asuntos con absoluta normalidad, pero no así nosotros, pueblo poco ceremonioso debido al calor y a la serie de consecuencias que este conlleva: insolaciones, risa sonora, sudor y tendencia a abanicarnos con cualquier cosa. Una monarquía tiene más probabilidades de perpetuarse cuanto más al norte se encuentre. La cuestión climatológica, siendo tan notoria, nunca aparece en las tertulias “monarquía versus república”. Lo pensaba esta mañana mientras veía a Felipe VI en las diferentes etapas televisivas de su proclamación. Imagino que diría un inglés viendo cómo se entiende la pompa y la circunstancia en los países más meridionales como el nuestro en el que versos del tipo “Dear Land of Hope, thy hope is crowned. / God make thee mightier yet !” no se entenderían ni saliendo del gramófono de la tatarabuela. Yo no soy monárquico, pero me gustan las ceremonias. Y no hago distinción entre la de llegar a casa y besar a mis hijas como prioridad, o la de asistir a la coronación de un rey. Me gusta que las películas de Metro Goldwyn Mayer comiencen con el león que ruge. Me gusta oler los albaricoques antes de comérmelos. Me gusta escuchar el himno de la Champions antes del partido. Me gustan las medallas que ganó mi abuelo en África y me gusta saber que están ahí, en el ultimo estante de la librería, a tiro de mi vista cuando no encuentro ningún rugido nocturno que me entretenga. Soy muy poco ceremonioso con los convencionalismos, pero amante de todas las ceremonias que me ayudan a creer en la liturgia incomprensible de la vida.

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