22/6/14

La ignorancia de una lengua es la ignorancia del mundo que representa. Lo digo por mi conocimiento rupestre y oxidado del catalán. Viví algunos años en Barcelona. A los pocos días de llegar recuerdo que me quedaba delante del televisor intentando entender lo que decían. TV3 fue mi profesor particular entre las cajas de cartón de la mudanza. Pronto acabé entendiendo lo justo para no poner cara de tonto en las reuniones cuando alguien me hablaba y para no reírme cuando me presentaban a alguien cuyo nombre sonaba como una fruta en castellano. Luego me casé con una catalana y tuvimos dos hijas. Creo que esta parte de la historia ya la he contado muchas veces. De lo que no he hablado es de la soledad lingüística que sintió Nuria al venirse a vivir a Madrid o de la que sigue sintiendo aunque ya no me lo diga. Porque una lengua es la representación de un mundo, y sin ella ese enorme territorio físico y emocional desaparece. Otra particularidad que la hace inequívocamente humana es que funciona como un sentimiento: cuando dejas de utilizarla se pierde. No sé qué pasará cuando la tecnología acabe con todos los idiomas y los convierta en uno solo para obsequiarnos con la intercomunicación global: traductores simultáneos, chips subcutáneos que procesarán cualquier lengua del mundo al instante. Supongo que ganaremos en posibilidades, pero también intuyo que ese día desaparecerán muchos planetas que viven escondidos en este, muchas patrias, muchas infancias, relatos, paisajes, secretos, emociones y formas de ser que pasarán a formar parte de la polvorienta arqueología del mundo. Pero hasta que llegue ese día siento rabia de no poder leer, con la riqueza con la que lo hago en castellano, a muchos escritores catalanes que descubro por aquí y a los que me apetecería entender sin el rubor y la risa que provocan las traducciones de bing. Ojalá quede mucho para ese día y mi catalán avance.

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