16/6/14
Escribir es poner una diéresis gigante sobre todo lo que no se pronuncia habitualmente, dudoso tejado sobre el que la inercia pasa de largo para llegar a tiempo a no se sabe dónde ni porqué. La misión de ese signo ortográfico consiste en ser una corona que no pide más reino que la lentitud. O unos ojos que, a pesar de estar cerrados, contengan cada una de las miradas del mundo.
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