23/6/14

Cuando tenías tres años tiraste el conejo de trapo por la ventana y cayó a la terraza de los vecinos. Era agosto y tardarían semanas en volver. No podías dormir sin él, así que se me ocurrió que con un anzuelo y un sedal podría cogértelo. Fuimos al Corte Inglés. Me preguntó un dependiente con la cara muy arrugada qué tipo de peces iba a pescar y no supe contestarle porque en ese momento lo único que quería era recuperar tu conejo para que pudieras dormir. Volvimos a casa. En el coche fui pensando que tendría que colocar un peso junto al anzuelo para poder pescarlo. Hacía algo de viento, demasiado para ser agosto, aunque supongo que ningún héroe elige el tipo de día que quiere para su hazaña. Me asomé a la ventana con mi invento y lo intenté varias veces. Tú me observabas desde el mirador con las manos apoyadas en el cristal. Sabía que no podía fallarte. Tenía que conseguirlo. Y lo hice. Enrollé el hilo con cuidado para que no se cayera otra vez. Cuando lo tuve en la mano me sentí importante, pero no porque mi vanidad me lo dijera, lo hizo tu mirada y la alegría tan redonda de tus ojos cuando lo abrazaste. Ese día comprendí que las cosas son más sencillas de lo que pensamos. Se trata de querer algo con muchas ganas, quererlo estúpida y brutalmente cada minuto del día y no descansar hasta que lo puedas tocar con la mano.

No hay comentarios :