28/6/14

Cada vez noto más que los primeros minutos de consciencia, junto al entreabrir los ojos para volver a la vida tal y como la entendemos, son los más amargos. Mi cabeza hace un análisis contundente y sin retórica de lo que soy. Al estar aun medio dormido no puedo rebatir nada, sólo asentir, o ni eso, escuchar y hasta diría que observar mansamente la pizarra sobre la que se describe mi situación. A veces salto de la cama nada más saber que la noche ha terminado. Con este truco intento adelantarme a la crítica y no tener que soportar el parte informativo que no sé quién me manda transmitirme. Todo esto es nuevo. Antes se acababa el sueño y fundía amablemente con el movimiento de apertura de mis párpados. ¿Qué fue de aquella cortesía? ¿Dónde fue a parar mi etiqueta nocturna y los funcionarios de aduanas que me sonreían mientras pasaba de un estado a otro? Hoy, al pasar a cámara lenta por ahí, veo sus cadáveres en el suelo y los casquillos de las balas mezclados con los cristales rotos. Parece una escena de los últimos días de una guerra, o puede que de los primeros, cuando en el aire se juntan el gasóleo quemado y el hedor de las causas que se enfrentan en la lucha: borrachos violentos que se niegan a abandonar el bar a pesar de los patéticos intentos del dueño por echarlos. Quizá yo sea uno de ellos. Quizá una parte de mi vida me esté amenazando con su escoba. Tranquila, ya me voy, debería decirle.

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