5/5/14

Los chinos están empezando a construir casas con impresoras 3d. He leído que una casa de sesenta metros cuadrados tarda una hora en hacerse. Me gusta. Pronto veremos réplicas en plástico de cualquier palacio del mundo. Algún millonario ya estará pensando hacerse un molde de la Casa Blanca y plantarlo en su isla privada de la Polinesia. Siempre he pensado que una casa simplemente es un envase y que su utilidad está en servir de tablero de juego para la vida de los que la habitan. No soy de los que tocan una pared y piensan teatralmente: esta es mi casa, todo esto es mío. Primero, porque hasta dentro de muchos años es de un banco alemán. Segundo, porque carezco de gran parte de las sensaciones clásicas de pertenencia: no tengo sitio fijo en la mesa ni cajones cuya llave esconda dentro de ningún jarrón. Imagino que esa indolencia posesiva tiene su lado bueno y su lado malo. El desapego me permite pensar en cosas más importantes y no en un espacio sobre un plano ni en los materiales de construcción que se suponen de mi propiedad. Espero que las casas de plástico vengan a crear otra conciencia que destrone a la que hasta ahora ha sido para millones de personas la compra más importante de sus vidas. Quiero que mi próxima residencia tenga forma de huevo kinder gigante. La sorpresa, como no podría ser de otra forma, seremos los de dentro. Los curiosos podrán comer todo el chocolate que quieran. Animándoles a que lo hagan, además, conseguiremos que entre más sol.