12/5/14


Frutas, pescados, legumbres. ¿Por qué no venden luz en conserva? Los peores días de invierno podríamos echar mano de una lata, tirar de la anilla y que la casa resplandeciera como en mayo. El progreso lo somete todo a la disciplina de la utilidad, a la supervivencia entendida como obligación de Carta Magna. Pero, ¿quién vino aquí a sobrevivir? Estas teorías hacen que la vida se reduzca a una línea recta trazada hasta el cansancio. Mi mano se empeña en seguirla. Una paralela temblorosa que la corone sin faltas. ¿Es eso? Dicen que las que se quedan por debajo son las de la subsistencia. Sobrevida, subvida, dos sinónimos que tratan de que nos agarremos al alambre. Ninguna de estas dos palabras nos habla de la luz. ¿A cuál tendríamos que recurrir para nombrarla? Conservar luz para el invierno, para cuando las canciones se canten dentro y la vida se viva de oídas: de lo que inventemos, de historias de ballenas que cumplen su ciclo migratorio y van al sur. Tu naturaleza humana te lleva a imaginar sus lomos brillantes sumergiéndose y tú detrás, en un palco flotante que sigue su ruta. En esos días los ojos se nos llenarán de envidia al comprobar que nuestra libertad nació con taras, demasiado abstracta, demasiado falsa. Por eso mi idea de una nueva industria conservera de la luz: entrar en la cocina y que tu mano derecha palpe a ciegas un estante hasta encontrarla.