31/5/14

El premio a cualquier actuación ética es entregado en el salón de actos de la conciencia. Su minúsculo patio de butacas solo alberga un sitio en el que sentarse. No hay jurado ni discursos. Tampoco se proyectan vídeos elogiosos que haya que soportar abochornado. Nadie aplaude. Sólo, finalizada la gala, se escucha un ruido sordo que coincide con el regreso del premiado a su vida cotidiana. Las diversas religiones, sin embargo, señalan que la ceremonia se realiza muy a posteriori, más allá de las nubes, en palacios desconcertantes en los que la luz hace lo que le da la gana con los cuerpos. Tanta es su libertad que muchos se confunden con ella en una coreografía destinada a que el espectáculo sea parte de la recompensa. Analizadas ambas modalidades no es raro llegar a la conclusión de que todo se reduce a una cuestión estética.