19/5/14

Cada vez me ahogo en vasos de agua más pequeños. Tengo debilidad por los que encuentro abandonados e intactos sobre las mesas isabelinas de las casas de muñecas. Lo de la edad es mentira. La experiencia sirve de poco en materia de naufragios. Siempre acabo en el fondo y sin conocimiento, con los pulmones encharcados, los ojos abiertos y una mueca circense de descreimiento en la cara. Si esta disciplina fuese tan deportiva como la presumo sería un buen representante de mi país: campeón de ahogamiento en vaso diminuto. Dentro de algunos años alcanzará el reconocimiento debido. Fotos mías en vasos de agua sobre podios; y frases en los periódicos que digan: Nunca fue el trompetista de jazz que quiso ser pero a cambio compartió el raro arte de su destreza al sumergirse en tan menguados espacios para mostrarnos todas las modalidades de la muerte. Lo malo es que esas noticias sólo hablarían de lo evidente, no de lo que sentía al caer: la visión angular del mundo que percibía tras los distintos cristales y los dibujos esmerilados que recorrían sus paredes. Una vez me dio tiempo a escuchar hasta la Variatio 21 (Canone alla Settima) de las Variaciones Goldberg mientras caía. El agua hizo que el piano sonase a caja de música, pero qué más da. Aún así cerré los ojos el tiempo suficiente para sentir que empezaba a comprenderlo todo.