2/4/14

Me gustan los que ríen en las fotos
aunque les falte un diente. Las embarazadas
que miran a cámara como si la muerte
sólo hablase en alemán por micrófonos lejanos.

Esas familias argentinas que celebran cosas en patios:
botellas de refrescos, tortillas, camisetas azules
y un perro al fondo que guarda la memoria de todos.

Me gustan las peores, desenfocadas, los instantes sin premio,
las ancianas con pupilas rojas, felices porque aprendieron
a sobrevalorar cualquier hora. Las adolescentes
que estrenan medias negras porque quedaron a las seis,
la música que parece sonar cerca de sus caras
en diminutas islas de providencia.

Admito mi envidia general por todos los que sonríen
en las fotografías. Los que niegan el vacío, los carcinomas,
la distancia, el temerario día de mañana.

Me gusta ver fotos de los que no conozco
porque al rato nos hacemos familia. Me conformo con poco.

Sonreír es el viejo gimnasio de la valentía. El continente,
la edad o la masa nubosa que te ampare no importan.