7/10/13

Tenía envidia de los que esperaban el tren por la mañana en la estación con sus caras tensas y la mirada puesta ya en esa otra vida que transcurría a la vez pero lejos de la propia, la de pasar la mano por la cabeza de un perro mientras masticas frutos secos despacio sentado en una butaca que conoce de memoria la forma de tu cuerpo. Incluso sus maletines de la comida le parecían pequeños tesoros portátiles cuyas cremalleras jamás se abrirían para él. Contendrían luces que alimentaban con mirarlas y frutas que no se podían comprar salvo con una contraseña hecha con discreción al dependiente cuando él no estuviera presente. Era el mundo de los fuertes, de los que habían resistido al huracán y mantenían un trabajo con el que seguir adelante. Durante muchos meses no frecuentó sus horarios, sólo coincidencias esporádicas cuando por la tarde regresaba a casa sentado junto a alguno de ellos respirando el mismo aire cargado de la electricidad que desprendían. Ese gas contenía restos magnéticos de una batalla que venían de librar más allá de la masa de pinos y el río minúsculo que marcaba el límite de la ciudad. Después pasó el tiempo y consiguió un trabajo. Al principio le pareció el comienzo de una época eufórica que traía sus propias señales: cielos más limpios y una aparente relajación de la que parecían contagiarse hasta las voces de los locutores de los anuncios: otra vez ese coche podría ser suyo y la crema oscura que se untaba en el pan, y los viajes, incluso el poder de arrancar la cal de las tuberías volvería por arte de magia a la potestad de su mano. Volvió de nuevo a la estación justo cuando empezaba a amanecer y la claridad dibujaba las cuatro torres que presidían el horizonte a lo lejos. La noticia de su regreso al mundo de los vivos no fue anunciada por la megafonía de la estación ni fue tampoco motivo de corrillos multitudinarios en los que se comentara su vuelta. Estrenó maletín de la comida esperando que el simple contacto con su mano convirtiera doscientos gramos de pasta fría en un alimento luminiscente. Como tenía miedo de que no fuera así buscó con la mirada a alguien en el andén que estuviera dispuesto a imaginarlo.