10/10/13

Los hombres que fabrican corbatas feas desayunan tarde. Llenan sus vísceras de bollería francesa mientras escuchan a un Bach desidealizado que cambia nota por nota sus fugas para que suenen a ascensor. Mientras sorben café tienen a otros que les recitan casillas de Excel en inglés arcaico mientras sueltan palomas de colores vivos para prender el fósforo de su alegría. Por otro lado, los hombres que compran corbatas feas permanecen absortos en los túneles y en las paradas de autobús como guerreros de Siam fabricados a base de hojaldre caducado. Son una hermandad silenciosa que desayuna de noche y llena sus tripas de un ruido que al caminar suena a lata vacía de coche de novios sin novios y sin volante por la aterradora redondez del planeta.