14/10/13


Lo que no dijo Nabokov es que la memoria funciona como los tubos de pasta de dientes: cuando parece que ya no queda nada siempre sale algo al apretar, pero no es nuestra mano la que alisa y exprime sobre el vértice del mueble del baño en busca de un resto que posar sobre el cepillo: es otra que tendremos que buscar por toda la casa como el fantasma de un niño que acabase de morir y escuchásemos aun su voz saliendo de armarios cuyas puertas se abren solas y a la vez. Habla, habla. De no ser así, ¿por qué seguimos viendo sin motivo el busto de Cicerón que encontrabas nada más entrar en casa de tus abuelos sobre una mesa de patas isabelinas y con los dorados envejecidos de haber estado en medio de una guerra de la que regresó con lágrimas congeladas y una historia que nadie quiso escuchar? ¿Acaso la luz que ahora lo envuelve lo situaría a tus ojos en un planeta mucho más alejado del sol, en una disposición espacial ante la que la física tartamudearía de espanto? Quizá por eso, los lunes veas gente disfrazada de caja de cartón a la que un bromista hubiese dibujado una cara que no le pertenece y le hubiese recortado por cortesía un rectángulo a la altura de los ojos para comprobar que siguen estando entre nosotros.