5/10/13

Llego a casa y la enciendo. Aparece un canal de pesca. Un hombre con una caña, de espaldas a cámara, frente a un sol anaranjado que se deja caer como si el horizonte fuese una hucha. Me acuerdo de un amigo que hace años me regaló una frase: la soledad de los canales temáticos. Se parecen a la vida. Estás sólo. Te acompaña una música que no has elegido tú. La banda sonora te atraviesa con unos alfileres ridículos para que avances y saltes después a otro canal en el que una mujer china saltea verduras ante una ventana. Hace tiempo que no veo a mi amigo, ¿en qué canal estará? Puede que un día coincidamos en un documental de iglesias románicas. Estará junto a un río. El locutor dirá: tu amigo descansa el alma en su corriente. Antes de que se ponga cursi tendré que pararle: mis amigos nunca han descansado el alma en ninguna corriente. Déjale en paz. Aparta tus palabras de su sombra. Pero quizá no deba importunar su soledad. Eligió su rincón, un espacio en el que existir. Tomo una escalera de luz muerta y vuelvo al hombre que pescaba. Ya casi es de noche. Los dos respiramos despacio para que nada perturbe el silencio. Después, sin que se dé cuenta, apago la tele y me levanto.