15/10/13

El imperio de las cosas. Paseaba por la planta de muebles de unos almacenes. Esta mañana. Hora impropia. Los sillones me pedían explicaciones desde sus ubicaciones artificiales que simulan hogares. ¿Qué pasa? ¿Dónde están todos? A home y house le pasa lo mismo que a hogar y casa, pero parece que en inglés no tenga la connotación de almohadón con lazos rosas. This is my home no suena igual que cuando escribes hogar, aunque en este caso me refiera a una recreación de escaparatismo y no al castillo particular de uno. Lo cierto es que estaban ahí: las cosas, tan sabias y viejas que parecen mirarte con ojos de haber desarrollado una filosofía eficaz (llegado el caso de que te sientes a su lado y charles sin vehemencia) Cada vez es más verdad eso de que los pies son los que hacen los mapas. Pies que recorren fronteras ficcionadas. Pies que toman trenes aleatorios llenos de pájaros que trabajaron en relojes de cuco y un día se cansaron. Yo también me cansé. Quiero un billete sin vuelta para el imperio que hay un poco más allá. Una cara desde el otro lado de la ventanilla me dice que no existe. Todo lo que veo es todo lo que puedo obtener. Después de la frase lacónica me tiende un calendario de bolsillo y se va. Las sillas y las camas aparentan ligereza. Una lámpara inclinada da la sensación de estar contemplando en diferido una puesta de sol. Saben que por la mañana no habrá muchos clientes: pueden dedicarse simplemente a existir. Me pregunto cómo lo harán.